La gente está cansada de proclamar su amor a los cuatro vientos

y de que nadie les haga ni caso.

 

Entiendo su pudor, las tristes divergencias y soledades, ese recelo

de las palabras gastadas y los fuegos de artificio.

 

Que el amor como una espada nos corte la cabeza. Que nos devuelva

el reflejo más crudo, sin trampa ni cartón,

de lo que somos y de lo que no.

 

A mí también me llena de contradicciones como la noche.

 

Me suscita el cuerpo que huye de la nieve, la vorágine de un mundo

que busca sus labios, una huelga general, una humildad cósmica,

aniquilar eso que nos separa.

 

Ojalá que a nadie le complicaran tanto la vida y pudieran anunciar o no

sus deseos como quien pronostica las temperaturas de mañana

al final de las noticias.

 

Ojalá que los amores fueran más cómplices, que no irritaran los sueños

de nuestra delicada piel, que solo sanaran e inundaran de júbilo.

 

Un préstamo de eternidad, apenas. Eso me decías o insinuabas

o tratábamos de comprender.

 

Su pudor, su cansancio, las escaramuzas de un lenguaje común.